domingo, 2 de febrero de 2014

"Dulce compañía" de Laura Restrepo

Ya han pasado por mis manos dos libros desde mi última entrada, pero reconozco que me falta tiempo para dedicarme a este blog. Espero poder organizarme un poco mejor para el futuro.

Ayer inicié una nueva lectura. "Dulce compañía" de Laura Restrepo. 






Sinopsis: La reportera de una revista de frivolidades es enviada por su jefe a cubrir la aparición de un ángel en una de las barriadas más pobres de la ciudad. Emprende la tarea a regañadientes porque la tienen sin cuidados los asuntos religiosos y la aburre sobremanera un tema remanido, y ni siquiera sospecha hasta qué punto va a verse involucrada en una brutal cadena de acontecimientos que escaparán a su control y a su racionalidad. ¿Quién es y de dónde viene el supuesto ángel, ese muchacho perplejo y de asombrosa belleza a quien la fe de los habitantes del barrio convierte en supremo objeto de veneración? 









"—Está empapada, niña, quítese el abrigo.
—No se preocupe, padre, así está bien.
—No, no está bien. Me está mojando el piso.

Pedí perdón, traté de secar el charco con un kleenex que encontré en el bolsillo, me quité la gabardina, la colgué de un clavo que me indicó en la pared.

Atravesé un patio interior de chiflones encontrados y mientras recorría un corredor con materas que no contenían matas, sino tierra reseca y colillas, pensé que las barbas hirsutas de ese cura debían rasguñar como papel de lija. Por un instante traté de imaginar cómo me defendería si intentaba tocarme.

Nunca un desconocido me había hecho daño físico, y sin embargo en mi cabeza rondaba a veces, paranoica, la prevención. Me dio rabia la irracionalidad de la cosa: que se me ocurriera semejante disparate, cuando era obvio que el pobre sólo tenía interés en que lo dejara tomar su sopa en paz.





Salvo un montoncito de calcetines a medio lavar en la tina, el baño estaba bastante limpio. Pero no me senté en la taza, según la costumbre que me inculcaron desde niña, porque a las mujeres nos entrenan en la maroma de hacer pipí de pie si estamos en casa ajena, sin rozar el excusado ni mojarnos los calzones. La puerta no tenía cerrojo así que la tranqué con el brazo extendido, por si alguien (¿pero quién, por Dios?) trataba de abrirla. Por eso digo que la psicología femenina es a ratos retorcida: nos han creado la convicción de que todas las cosas malas del mundo se mantienen al acecho, bregando a colársenos por entre las piernas."




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